Astrofísicos estadounidenses y europeos con dos telescopios espaciales, han descubierto un agujero negro. Se trata de una esfera con una masa de dos millones de soles y un diámetro de más de tres millones de kilómetros (ocho veces la distancia de la Tierra a la Luna), cuya superficie gira casi a la velocidad de la luz.
Lo que han conseguido confirmar por primera vez es que los agujeros negros situados en el centro de las galaxias giran a gran velocidad, lo que da pistas sobre cómo y cuándo se formaron y crecieron.
Es la primera vez que se ha podido medir con precisión la velocidad de rotación de un agujero negro supermasivo.
La masa de los agujeros negros galácticos puede ser hasta miles de millones de veces superior a la del Sol. Los científicos han podido probar que el agujero negro rota rápidamente, aunque sin sobrepasar los límites que impone la teoría, basada en las ecuaciones de Einstein. Los resultados se publican en la revista Nature.
A pesar de su nombre, los agujeros negros son uno de los espectáculos más luminosos del Universo. Al engullir el gas y posiblemente también las estrellas cercanas al centro galáctico, liberan cantidades enormes de energía, incluidos rayos X, que permiten detectarlos.
Lo que más interesa a los astrofísicos es que la velocidad de giro de un agujero negro puede considerarse el remanente fósil de su proceso de formación.
La conclusión en este caso es que se formó muy rápidamente, tragándose enormes cantidades de gas y materia en poco tiempo, a partir de su origen muy poco después de la Gran Explosión (unos centenares de millones años de los más de 13.000 millones de antigüedad del Universo). Todavía no se sabe cómo pudo suceder esto, así que habrá que esperar a nuevos instrumentos para conocer los detalles de uno de los mayores misterios cósmicos.
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